Este pasado viernes día 20 de Marzo se ha celebrado de forma internacional el día de la felicidad. Me quedo pensando en algo más allá de todo este negocio de lo feliz, que vino contrarrestando a todo el "momento crisis". Abrumados de tanto escuchar noticias grises llenas de recesión, depresión y quiebra, eran cada vez más los necesitados por oír algo diferente, notar aire fresco y ver que sí había algo distinto y opuesto más allá de todo ese tinglado que nos habían montado. Y así, vimos como surgían (y continúan surgiendo) sin cesar desde hace unos años recetas mágicas, teorías, frases que invaden desde camisetas hasta láminas pasando por bolsas de tela, libros y más libros... Y todo sobre ella: la escurridiza felicidad.
La felicidad se entiende de forma diferente en cada cultura, y el concepto va transformándose a lo largo del tiempo. Antes, se entendía como que el más feliz era quién más tenía. El estatus en la sociedad era la herramienta para identificarlos como felices. Tener una posición privilegiada en la sociedad llevaba implícito olvidarse del ocio, de la vida privada o del tiempo libre, momentos que cada vez más somos conscientes que repercuten directamente en nuestra felicidad. A la par, se aumentaba la cuenta corriente y todo el listado de posesiones. El verbo que se conjugaba era el de acaparar, quizás más con la idea de poder mostrarlo a los demás que con disfrutarlo uno mismo. Quedaba así patente la felicidad que todo aquello aportaba. Hoy el concepto se vincula más al ser que al tener, y esto también tiene su peligro. Ahora toca ser feliz sin importar cuales sean las circunstancias. Es algo que poco a poco queda impuesto de forma no escrita: hay que ser feliz en todo momento y lugar. Lo sentimos señores, pero no es posible. Ni sano. Esa felicidad sostenida en el tiempo sin importar los acontecimientos, esa vida maquillada sin estrés ni tristezas, sin insomnios ni preocupaciones, no es verdadera ni humana, ni atractiva. Es igual de desequilibrada para nuestro cerebro que lo sería una tristeza constante. No podemos pedir y ensalzar ese deseo imperioso de eliminar lo negativo hasta el límite. Hay que recordar que lo negativo es esencial para que exista lo positivo. La vida es así, imperfecta, desigual, emocionante, auténtica y personal. Con sus luces y sus sombras. Y para que exista la felicidad también tiene que hacer acto de presencia la tristeza.
Y tú, ¿qué opinas sobre este concepto de felicidad que actualmente vivimos?
Y lo más importante, ¿qué te hace feliz?