22 de junio de 2015

Salvavidas

Estoy escuchando una de las canciones que me recuerda a una de las épocas más tristes de mi vida. Hace una preciosa noche de este recién aterrizado verano. Ha llegado con toda la energía del mundo, viene contento y se nota. Las noches de verano merecen un post aparte; creo que deberían de ser algo así como un patrimonio de la humanidad para cuando esta humanidad no exista, o para cuando los veranos ya no sean veranos sino verdaderos asadores. Contarles a los que vengan después qué era exactamente aquello a lo que llamábamos "noche de verano". Pero ahora, vuelvo a la canción y a lo que trae consigo. La música siempre ha sido medicina para mi, capaz de sacudirme, zarandearme, abrazarme y dejarme volar. Tenemos cientos de canciones que nos han acompañado y otras tantas que se habrán quedado con nosotros. La canción de cuando éramos pequeños e íbamos con el abuelo en el coche; algunas que han sido incapaces de ser escuchadas durante mucho tiempo; la que nos recuerda a aquella navidad tan feliz como fría; con la que nos enamoramos, con la que lloramos una y otra vez de tristeza y de felicidad por todo lo que nos evocaba; o el tango que ponía el abuelo en el tocadiscos mientras sonaba de lejos "Volver… con la frente marchita…". Hay tantas y tantas… pero hay algunas tan particulares y tan personales, que traen tanto de nosotros que las sentimos nuestras. 
A mi esta canción, y algunas más, me evocan una época concreta y difícil. Triste. Como si una tremenda tormenta estallase y de repente, una tierra baldía e inmensa fuese el escenario para vivir. Recuerdo que los días nacían sin espíritu y se hacían largos, sucedían con sus más y sus menos, entre angustia y apatía. Todo parecía (y se hacía) tan complicado que la única meta era el fin del día, el momento de cerrar el telón. Lo recuerdo perfectamente, volver a casa en busca de ese momento. Mi casa, mi habitación, una infusión, la luz de la mesilla y esta lista de canciones que ahora escucho. Parecía que estuviese en una estancia blindada de malas vibraciones, era sentir un atisbo de paz. Había llegado a la meta, se había terminado el día. Un día más. 

Las canciones que nos han salvado merecen un lugar especial. Han estado en esas épocas o momentos difíciles y han sigo capaces de darnos una tregua. Escucharlas de nuevo trae muchos recuerdos… Es ver los días tristes desde lejos, y la verdad, la tristeza gana en las distancias largas. Las canciones que nos han salvado en algún momento son como ese bote salvavidas: te recuerda el naufragio pero también la salvación. Nosotros, como esas canciones, tenemos que ser capaces también de darnos una tregua; mirar con perspectiva y aprender que ante aquello también encontramos la forma de superarlo. Las malas épocas han existido y existirán siempre; el problema no es una mala época sino nuestra actitud ante ella. No encontrar nuestra propia salida de emergencia es peor que cualquier mala época. Por mala que sea. 

¿Alguna canción que entrañe tanto para ti? Unas que os encanten, otras que os conmuevan, otras que os despierten… Y claro, las que os hayan salvado. Compartamos en el sofá :)

13 de junio de 2015

Celebrando la vida (con treinta)

Madres de amigas que regalan flores frescas para celebrar las treinta primaveras. Y amigos que me conocen muy, pero que muy bien, los regalos hablan por sí solos.  
Ya están aquí y para quedarse. Las treinta primaveras han llegado sin darme cuenta. Muchos me advertían de cómo pesa el cambio de década, de cómo a nivel mental uno se siente mayor de repente… Y yo, la verdad, me siento igual que hace dos semanas o dos meses. Quizás, en veinte años me pesen más las décadas pero ahora mismo… todavía no. El día 4 lleno de felicitaciones desde las primeras horas fui consciente. Treinta. Las celebraciones se han ido prolongando durante varios días, soplando velas diferentes y sí es cierto que se me ha quedado el poso ese de..."pero ya treinta?". Las celebraciones se terminan y yo todavía no soy consciente de cuántos años tengo. Y me da igual. Cada día tengo más claro que la edad es algo mental. Obvio que el cuerpo (y la mente) van desgastándose, pero también que nosotros determinamos la edad con nuestra actitud y nuestro ánimo. Podemos cambiarnos la forma de la nariz, estirarnos las arrugas, implantarnos unos dientes más perfectos, subirnos los pechos… La cirugía está al servicio de una sociedad que promociona y premia la eterna juventud. Y me parece maravilloso que todo ello sirva para que cada uno se retoque lo que considere. Pero eso no implica rejuvenecer. La edad la define el brillo de los ojos y, a día de hoy, todavía no existe una intervención quirúrgica para rejuvenecerlo.
Hubo varias velas en las que fui soplando deseos mientras distintas gargantas alrededor fueron cantándome "cumpleaños feliz". En realidad, el cumpleaños es una buena excusa para celebrar con los que más quieres y contigo mismo. Celebrar la vida. Llegan mis personas favoritas cargadas de buenos deseos, abrazos de oso, risas, comidas y cenas juntos con sobremesas que se prolongan. Brindis y más brindis por un año más. Tenemos todo lo necesario para celebrar y para seguir creando nuevos recuerdos; y ese es el fin de una buena vida: llegar al final con una inmensa colección de buenos momentos. Fue inevitable que durante el día no me acordase una y mil veces de mi arquitecto de lados incorrectos. Este mismo día que yo cumplía treinta primaveras hacía dos que él se había ido, también con treinta. Y fue de nuevo imposible que cuando las luces se apagaron las lágrimas no corriesen mejilla abajo como si de una carrera se tratase. Sentí durante todo el día un sentimiento ambivalente: feliz y afortunada por todo y por tanto; y triste por el vacío dejado y por una partida tan temprana. Pero quizás, era también el motivo más pesado que me empujaba a celebrar la vida, a vivir el momento como él lo haría y lo seguiría haciendo. Recordar de nuevo que esto termina en el momento menos pensado y sin vuelta atrás. Así que nos hemos pintado los labios, las uñas, las pestañas y el alma. Nos hemos puesto guapos para la foto y una cámara llega para inmortalizar todos los momentos que merezca la pena recordar. Y muchos libros, para ir muy lejos sin movernos de este sofá para hablar.

Gracias, gracias, gracias. Por todo y por tanto. 

2 de junio de 2015

Sicilia y mis 30 primaveras

Cada año celebro mi cumpleaños en un lugar diferente. Cada primavera, un viaje para celebrar la vida. Los treinta no podían ser menos, y esta vez el destino era Sicilia. Se proyectaba una semana en la isla italiana recorriendo los pueblos, descubriendo las playas, disfrutando de su gastronomía deliciosa, desconectando para recargar energías... 
Llegamos a las 17:00 a Palermo con el cielo algo nublado, con un Fiat 500 recorrimos la autopista y una carretera que bordeaba las montañas del centro de Sicilia. Llegamos a Catania al anochecer, allí estaríamos los primeros días visitando toda la parte oeste. Buscamos sitio para aparcar y subir al hotel, sabíamos que estábamos cerca pero por un momento no nos encontrábamos en el mapa. Seguimos hacia arriba, estábamos a unos 200 m. del centro de la ciudad sorprendidos de lo sucio que estaba todo, de las casas completamente en ruinas, de la pinta de los transeúntes... Uno de esos lugares feos, pero la ilusión nos llevaba a pensar que a la mañana siguiente seguro que lo veríamos todo de otra forma. Bajamos aquella calle oscura cuando de repente un hombre subido a una moto nos hacía el gesto que parásemos, como si más adelante hubiese ocurrido algo. Frenamos un poco y sin darnos cuenta, en un segundo ya había un coche atrás bloqueándonos, y dos hombres armados: uno abría mi puerta queriendo sacarme del coche mientras otro abría el maletero para coger nuestras maletas. Al abrir mi puerta arrebató mi bolso, que estaba en el suelo del coche. En cuestión de segundos el miedo nos oprimía, gritamos, y un acelerón nos valió para salir a toda velocidad con el corazón en la garganta y las puertas y el maletero abiertos. Nos escapábamos sin saber a dónde. De noche, perdidos en una ciudad sucia, oscura y desconocida, tras un atraco en el que nos robaron prácticamente todo, buscábamos ayuda desesperados mientras la poca gente que había miraba a otro lado. Nadie quería inmiscuirse. El tabú de la mafia en el ambiente, nadie quería hablar, ni ayudar. Y todos coincidían en lo mismo: "esto aquí es algo normal". Frases del estilo: "aquí no se puede parar nunca el coche", "teníais que haber acelerado, no importa matar a quién te para sino te matarán ellos a ti", "habéis tenido suerte, estáis vivos", "esto es la mafia, no se puede hacer nada"… La policía fue la que dio el punto más corrupto a todo esto. Cuando relatamos lo sucedido se miraron uno al otro e hicieron el gesto de "ah, ya sabemos quiénes son" y nos dijeron: "bueno, esto es así y hay que dejarlo como está". En ningún momento quisieron tomar huellas en el coche, ni volver a la zona por si habían tirado algo (no teníamos ni las llaves de casa). La denuncia era un papel que nosotros mismos tuvimos que cubrir y cuando llegamos a España nos explican que aquello era papel mojado: no tenía ni registro, ni número de atestado, ni número de placa del policía. Lo que sí, mientras nos llevaban a comisaría el policía no dejaba de mostrarnos los lugares de interés: esto es la catedral, aquí se come de maravilla, esto es el mercado, en este lugar genial para beber… ¿Usted cree que me importa todo esto después de lo ocurrido? Estábamos desesperados. La policía nos explica que el modus operandi siempre es el mismo: una moto te bloquea el coche, salen otros para robarte todo y te sacan del coche como rehén mientras a la otra persona le obligan a sacar todo el dinero de las cuentas, y sino… lo arreglan como consideren. Entonces la policía nos dice una vez más: "Tranquilos, lo demás es dinero, pero estáis vivos y no os ha pasado nada grave. Habéis tenido muchísima suerte. Esto es no es lo normal". Estábamos sin palabras, muertos de miedo, llenos de rabia por ver como nos lo habían arrebatado todo, ansiosos por volver… La peor sensación jamás vivida.

Era increíble, nos habían robado todo, planeaban un secuestro exprés, no teníamos casi nada y allí todo el mundo sorprendido porque nos queríamos volver antes de terminar el viaje. ¿Cómo disfrutar después de algo así? Volver a casa era el único deseo. Y todavía quedaban las miles de vueltas e impedimentos para poder salir del país porque tampoco teníamos documentación. Por fin, tras horas de vuelo, escalas, cansancio, tristeza, el miedo todavía encima, agotamiento, nervios… Por fin estábamos de vuelta en casa y sin creernos del todo lo que había pasado. Y ahora sí, de vuelta y con más motivos todavía para celebrar otro año más. Más que nunca celebrando la vida. 


"Viajamos para cambiar, no de lugar, sino de ideas"
Hipólito Taine

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