Porque vamos a conseguirlo, que decía el gran Gaye. Allá vamos.
La angustia ante la encrucijada la construyen nuestros miedos, nuestras expectativas, nuestras experiencias que intentamos generalizar en el siguiente proceso; sin pensar que aquello sucedió en un momento y un lugar que no es el aquí y el ahora. Se hacen balances de pérdidas y ganancias antes de la toma de decisión, sin contemplar que a veces hay que perder para poder ganar. Y que todo lo afianzado se desvanecerá, y todo lo extraviado volveremos a conquistarlo. Es este juego llamado vida.
Rose deja la palabra, gracias. Tus palabras son siempre un aliento en la encrucijada.
Las encrucijadas se presentan ante nosotros impasibles, desatando toda nuestra inquietud. De entre los diferentes caminos nuestra indecisión no sabe cuál debe de ser el elegido. Y ese bloqueo que nos produce es lo que a veces se vuelve una emboscada contra nosotros mismos. Sentirnos atados de pies y manos a pesar de ser libres, porque la mayoría de las ataduras (y las peores), son las que nosotros nos ponemos, casi siempre de forma inconsciente. Esas que nos amarran impidiéndonos saltar, volar, correr. Estar en paz. Aquí y hoy, encrucijadas en el sofá.
¿Qué camino escoger? ¿Izquierda, derecha o todo recto? Lo que parecía positivo, por tener diferentes opciones a elegir, se vuelve angustia. Las diferentes alternativas con sus posibilidades e inconvenientes, nos dejan con las dudas y los miedos esparcidos por la mesa. Esos nos producen indecisión; la indecisión, inquietud; la inquietud, impaciencia; y la impaciencia siempre nos precipita a escoger, sin saber porqué, lo menos apropiado. Como una especie de niebla ante nuestros ojos que nos obstaculiza la visión con claridad. Son esas ataduras tan sutiles e invisibles, y a la vez tan fuertes e irrompibles las que nos impiden seguir adelante. ¿Hasta cuándo? ¿Cuándo nos atreveremos a romperlas?
La encrucijada nos deja inmóviles ante el abismo. Y le llamamos miedo. Y le llamamos indecisión. Como aquel pajarito en una jaula a la que abren la puerta y se queda temblando ante la libertad. Porque a veces dá más miedo escoger que dejarse llevar. Pero la encrucijada real, no la patológica que nosotros construímos mentalmente, sino esas de las que está repleta la vida son algo positivo. Es la oportunidad de decidir por dónde queremos que discurra la siguiente etapa. Oportunidad de elegir.
La angustia ante la encrucijada la construyen nuestros miedos, nuestras expectativas, nuestras experiencias que intentamos generalizar en el siguiente proceso; sin pensar que aquello sucedió en un momento y un lugar que no es el aquí y el ahora. Se hacen balances de pérdidas y ganancias antes de la toma de decisión, sin contemplar que a veces hay que perder para poder ganar. Y que todo lo afianzado se desvanecerá, y todo lo extraviado volveremos a conquistarlo. Es este juego llamado vida.
A veces nos conformamos con seguir siendo infelices antes de tomar el camino que creemos que nos conllevará una gran pérdida. Miedo a quedarnos desnudos y entre ruinas. Ignorando que las ruinas nos traen una vía de renovación, de cambio y evolución. Se nos brinda la oportunidad de construír de nuevo pero mejorado. Un regalo con el que descubrirnos y descubrir el mundo que está impaciente por conocernos. Un camino para ser creado y caminado. Nos merecemos un camino a nuestra medida.