Mirando al infinito

Perder la vista en el océano hace que uno experimente la sensación de infinito. Parece como si el mundo no terminase nunca. El mar renueva, zarandea y calma a la vez. Un paseo de esos en los que uno suelta poco a poco toda la tensión. Contemplación, conversación o silencio, reflexión. Pensamientos en blanco y negro que se tornan cada vez más nítidos. Puertas que parecían cerradas comienzan a abrirse y entonces, vislumbramos nuevas oportunidades con esa mirada perdida que encuentra su destino allí: al final del final. A veces, parajes, cosas o personas que están delante de nuestros ojos pasan desapercibidas. No sólo necesitamos a los sentidos para extraer información, precisamos algo más, eso capaz de marcar la diferencia; de hacernos un "click" interno en el que sin saber porqué sabemos que es sí o no la respuesta. Pasan las cosas o no pasan, siguen las nubes su camino empujadas por el viento, como la gente que te cruzas por la calle y que probablemente nunca más volverás a ver. O tal vez sí. Mientras tanto, las tardes se dilatan hasta la extenuación y el mar, entre verde y azul va ganando camino a nuestra mirada. Ahora serán necesarios los hechos para dotar de significado a las palabras, a esos pensamientos que ahora tintinean en nuestra mente. Es hora de abrir los sentidos, respirar hondo y retomar el camino de vuelta a casa.  

    Hay rosas en el jardín. Imperfectas. 

   Porque las cosas más bonitas no entienden de perfección.